Cuando quieres escribir y la mente está en otra parte sin saber el porqué de las cosas, te planteas realmente si eso es lo que querías o solo querías escapar de ese presente que en algunas ocasiones te golpea y no te deja respirar, es la realidad en estado puro, esa realidad tan real, del día a día, del vivir, del dormir, del comer, del sufrir y por supuesto del querer.
La realidad es así de compleja y a veces caprichosa, nos pilla de sorpresa, nos asusta y nos convence de su propia realidad, pero tu la quieres de otra forma, de tu manera y no te deja se resiste a que seas tu él que la manejes y la lleves de la mano, ella te agarra por el brazo y te sujeta, te lleva sin remedio, ya te ha ganado por su fuerza y tu ya no tienes esa ganas de luchar, solo te dejas llevar y aunque te resistes un poco, solo un poco, al final te arrastra, te deja sin espíritu, ese que antes siempre tenías y que ya se te está gastando, estás entrando en la reserva de tus fuerzas de luchar.
La realidad siempre se sale con la suya, juega con cartas ganadoras sabedora de su gran poder y de ir siempre un paso por delante, por eso no se le puede ganar, creemos que la podemos engañar pero ella juega con nosotros nos enseña algunas cartas para que nos confiemos, pero ese es nuestro gran error creernos que la podemos derrotar, al final nos enseña sus cartas y ya es demasiado tarde, la partida ha terminado y ya la hemos perdido y todavía no lo sabemos.
Lo interesante del juego de la vida es imponerse a la realidad, dejarla que sea ella la que nos lleve, decirle: que ella lo sabe todo, que puede jugar con nosotros, sabedora de su fuerza se confía, nos dejamos llevar, nos arrastra, nos coge en sus brazos, nos abraza, nos mece y cuando se cree que ya nos tiene, la engañamos y jugamos con sus mismas cartas, esas tan caprichosas, nos dejamos ganar, sabedores de su fuerza, pero ya la conocemos y no nos resistimos, nos vamos con ella, nos conduce a su morada y la vemos cara a cara con esa dureza de realidad, que no comprendemos, que nos intimida, que nos avergüenza, que nos aboca a saber…y cuando ya estamos allí, empezamos a odiarla, a conocerla, a amarla, a desearla y en ese momento, esa realidad la hacemos nuestra, es nuestra realidad, ya no impuesta por ella, si no por nosotros, de alguna forma la hemos derrotado, la hemos vencido en su propio terreno, hemos sabido llegar a ella y verle la cara más amarga, esa que no nos enseña, que la tiene reservada para el final de la realidad.
Había un momento que me creía que realidad y mi forma de interpretarla eran lo mismo, con el tiempo he visto que la realidad va por un camino y nuestra forma de entenderla por otro, cuando ambos se juntan, es cuando puedes decir que la has derrotado o que estas más cerca de la verdad. La realidad no tiene color, es insípida, incolora, sin sabor y todos los apelativos “in” o “sin” que queramos ponerle, somos nosotros con nuestros complejos, ataduras, apegos, egoísmos y demás atributos del hombre moderno lo que la configuramos y la hacemos fácil o complicada o mezcla de las dos y más cosas, no podemos ver la realidad con los ojos mimetizados por todo lo que somos, debemos desprendernos de todas las capas que nos han conformados para quedarnos desnudos y mirar con los ojos limpios del corazón.