Voy a contaros una pequeña historia que me ocurrió hace tiempo, por lo menos un año, estaba en el baúl de los recuerdos olvidados y ha aparecido un pequeño escrito en una mochila del trabajo, copiado en unas hojas recicladas manuscritas y cuando iba a tirarlas me he puesto a leerlas, sin saber muy bien porque, sin ganas, he pensado: rápidamente, ¿cómo voy a tirar un papel con algo que escribí?, ¿lo escribiría por algo? Y efectivamente, conforme iba leyendo me iba acordando del muchacho y me iba invadiendo una alegría y tristeza a la vez, una sensación extraña y muy emotiva.
Lo voy a escribir como está en las hojas. Cuando termine, expresaré algún comentario sobre lo que me ha parecido.
“Estaba en la tienda de las bicis con una pequeña reparación, y en esa espera llega un chaval rubillo de unos veintitantos, con una mascarilla negra y ropa desarreglada, desaliñado y le pregunta al dependiente, ¿qué si le puede dar una cámara, que no tiene dinero? El dependiente muy educado le dice que no puede. Yo me encontraba presente pero ausente, al margen, como que el tema no iba conmigo. Quiero intervenir para comprársela, pero me arrepiento por un poco de vergüenza de no dejar mal al de la tienda, que por otro lado es muy buena persona y amigo, sé que no lo ha hecho por el dinero, pero…ahí se queda la cosa.
Cuando se va el muchacho, le digo que se la tenía que haber comprado yo, el de la tienda también me dice que se la tenía que haber dado él, pero que entran muchos con el mismo tema, pidiendo y que a todos no les puede dar, que es su negocio y vive de eso. En fin, la historia sigue…
Al rato, vuelve a entrar el muchacho con los 4 € que cuesta la cámara y se la deja en 3, así le queda un € para él. Ahora, claro está, no puede ponerla, me ofrezco para ayudarle, cuando se la estoy arreglado, me pregunta muy educadamente mi nombre y me dice que soy muy bueno, que me parezco su profesor de gimnasia, ese comentario me emociona, le devuelvo el cumplido de corazón, “tú sí que eres bueno”.
Durante el arreglo, me dice: Que hace poco murió su abuelo, y que su padre está sumido en una depresión. ¡Qué pena! Me ha dado mucha pena, me lo decía con una dulzura con un encanto. Le he intentado decir que en la vida pasan cosas pero que al final, los buenos siempre ganan, que son como los protagonistas de las películas del oeste”.
“Me ha dado una lección de sencillez, de integridad, de ser buena persona. Tenía los ojos limpios y el corazón blanco, un alma buena, me he llegado a emocionar, a contagiar esa paz que desprendía una inocencia que me ha conmovido”. Lo escribo en presente porque esto fue lo que quedo escrito.
Al leerlo posteriormente me sigo acordando, me sigo emocionando, las personas sencillas son las que nos llegan al corazón y las que nos dan lecciones de vida, nos dicen cosas que nos traspasan, que nos dejan desnudos, sin capas, nos quitamos las caretas, un ejemplo de vida. En cuanto lo estaba leyendo sabía que lo tenía que escribir.